lunes, 24 de marzo de 2014

Cuentos para antes de despertar

¡El pequeño ya nació! si te gustan los cuentos de este blog, el libro te va a encantar, ya a la venta en amazon a nivel mundial.

Cuentos para antes de despertar es una compilación de relatos de diversa temática, todos nacidos de la concepción onírica del autor (osea yo).

Espero que les guste, se que lo disfrutarán tanto como yo disfruté escribirlo. Y por su puesto y como siempre, espero sus comentarios.





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Que lo disfruten.

jueves, 17 de octubre de 2013

Quizás



De frecuentes eternidades y en sueños de medio día, resuenan historias que nunca sucedieron o se ahogaron en tinteros de cronistas cuerdos, historias pequeñas, cuentos de otros cuentos, fantasías minúsculas sobre nubes y vientos; sobre cielos y estrellas, sobre suspiros y manos que se reconocen y se aman. Historias que se cuentan y olvidan, que se disipan sin un beso.

Ayer te vi y no me reconociste, ayer te soñé y soñé con el ayer.

El corazón humano es un estruendo de vacilaciones misteriosas y fútiles, de mentiras y charcos salados, de promesas vacías y canciones vejadas y acribilladas en la trinchera de las miradas esquivas.

Distancias, miedos, olvidos, certezas inseguras e ilusiones tan palpables como la neblina de las noches de octubre; retozan en los huesos fríos del heraldo herido, en los ojos húmedos de la cenicienta del destino, de sus hijos y nietos y de los incautos cardúmenes de ciegos fermentos, de inmensos desiertos, de ciegos despiertos.

Quisiera poder abrazar tu aliento, segundos antes de su nacimiento, quisiera poder contarte un cuento, antes de que te lo cuente el tiempo.

Quisiera cercenar las montañas para que el camino sea recto.

Un laúd marca en mi cabeza los segundos que no te he visto, stacato de siglos, mimesis de la eternidad. El destino es tan incierto y mis pasos tan pequeños, que me pierdo hasta en los sueños donde tu solías pasear, que me sudan hasta los huesos de no poderte abrazar.

Se va, se alejan las velas blancas empujadas por el mar, se embruma el horizonte donde el Leviatán solía pastar.

Ayer te vi y me reconociste, ayer te soñé y soñé con el ayer.

Sin saber a donde me lleva la barca del tiempo, solo puedo reconocer el ulular de las olas y el vaivén de la quilla que choca contra la indescifrable verdad que me aguarda en la deriva de ultramar.

Quizás allá entre el viento y las montañas me esperes con los brazos abiertos y un hogar en tu corazón, quizás allá entre la bruma te acerques en tu propio barco y encallemos en puerto seguro para contarte todos los cuentos que aún no recuerdo, quizás me cantes esas canciones que solo tu puedes entonar, y quizás tus manos se anclen con las mías para caminar no sobre las huellas del otro, sino paralelas encontrando ilusiones y oscuridades entre las nubes y las hojas de los árboles, quizás... o quizás no.

viernes, 19 de julio de 2013

Sentencia de los sueños


De sepulturas profundas y abismos oscuros, drenan en silencio los sueños frágiles, la realidad se come los pasos dados, e ingrávida la luna cobija miedos.

Serena e inmensa, la llanura del vacío se extiende hasta el infinito dentro de mi cabeza, el peso en mi corazón es desesperante y hasta ominoso; velados los ojos ocultan utopías entre las sábanas de sus párpados, para que el vacío inmenso de la realidad no se los coma, destripe y torture a su paso.

Soñar no es malo, despertar es patético y agobiante; pero necesario. Es necesario despertar para verse a los ojos, aceptar la fragilidad e insignificancia del ser. Destripar el corazón al vacío, con llagas abiertas y enfermas, ver todo eso es necesario, indispensable, irrevocable para no reconciliarnos ni con la vida ni con la muerte. Para cansarnos, olvidarnos, perder toda la esperanza,  vomitar al mundo y extraviarnos... Para volver a soñar.

Los sueños casi nunca se hacen realidad, al menos no por cuenta propia. Los sueños no se hacen realidad en los sueños. Por eso, en ese momento de realidad, de vacío perverso y de cruel vigilia, es preciso levantarse, escupir la bilis acumulada en la boca y hacer un boceto lo más cercano posible, aunque sea absurdo y retorcido, de lo que se ama, de lo que se sueña.

No somos nada, no soy nada, ni siquiera llego a ser un suspiro del universo, abandonado en el infinito desolado, vacuo, serpenteante y correoso. No soy nada y a nadie le importa, a nadie le debe importar. Y eso es suficiente para querer luchar. ¿Es inservible e imposible? Pues sí, es lo más probable, de hecho es casi una ley. Pero no me resigno a perder sin haber peleado.

¿Qué hace una flor para evitar la arremetida de un tanque de guerra? ¿Se aferra a la tierra? ¿Tensiona sus hojas? No lo sé con certeza, pero sé que lo hace, sé que lo intenta.

Soy una frágil flor y el universo es un tanque de guerra inmenso y retorcido.... ¡¿Y qué?!

viernes, 3 de mayo de 2013

El hombre de la ventana




"Si yo encontrara un alma como la mía
Cuantas cosas secretas le contaría."

    Vertientes inmensas de ríos rojos, plagadas de emociones y palpitaciones incoherentes, fluye inmensa el alma mía por las calles inmensas de la sangre, reposa en los vacuos ojos de la memoria y se zambulle entre los ácidos corrosivos de los estómagos enamorados.

     Samuel Arias, hombre enjuto y pasivo, vigila su ventana como buscando algo que no encuentra, las horas pasan lentas, largas y sombrías; pero al mismo tiempo su cuerpo, ya mimetizado con el ambiente, produce más lentitud y sombras que el ambiente mismo.

     Cuando era joven, le enojaba mucho que lo molestasen por su gran estatura, siempre fue más alto que todos los niños del barrio y por si fuera poco, su timidez empeoraba las cosas, los niños del barrio tenían hacia él una especie de miedo y asco, mezclada con envidia. Pero el simple hecho de ser diferente era el único motivo para segregarlo y maltratarlo.

     Se acostumbró ya desde esas fechas a estar solo y en silencio, lento para no molestar a nadie con su inconmensurable tamaño; sus zapatos enormes, mandados a hacer por su madre especialmente al zapatero del centro, pues no había zapatos especiales de su tamaño, eran lo único que resonaba en su entablada casa los domingos. Un paso a la vez, lento y pausado.

     Samuel, a pesar de todo, terminó sus estudios en el colegio, muchos de los compañeros de las otras aulas lo vieron por primera vez el día de la graduación y los murmullos se levantaron como mares cuando el joven se dirigió lento a recibir su diploma. Suena ilógico que nadie lo haya visto después de 6 años en las aulas, considerando a demás su gran volumen,  pero en realidad Samuel nunca salía al patio, llegaba muy temprano para limpiar el escritorio del maestro y la pizarra, y salía muy tarde procurando que nadie lo viese.

     Decidió estudiar contabilidad, era un trabajo sereno, inmóvil, que él podría hacer oculto en cualquier rincón sin molestar a nadie. En la universidad muchos pensaban que era algún profesor estricto, o en todo caso un alumno tardío que quería sacar su título después de varios años. Samuel Arias era de hecho, más joven que muchos de sus compañeros.

     Las estudiantes de la universidad muchas veces olvidan que ya han salido del colegio, siguen perdidas en las fiestas y los cosméticos baratos; una de ellas empujada por cumplir una broma “inocente” con sus otras compinches, debía hablar con Samuel e invitarlo a salir ese fin de semana.

     Samuel siempre contra la pared, encogido para no molestar a nadie, había desarrollado una joroba con los hombros hacia adelante, aun así su espalda era mucho más ancha que el respaldar de su banca de metal; la joven se le acercó por detrás y llamó su atención tocándole su amplio y arrinconado hombro.

     Con un sobresalto Samuel regresó a ver asustado, se encontró con la mueca fingida de amabilidad de la chica, una sonrisa falsa; ella estaba convencida de lograr su cometido, así pues empleó uno de los tantos trucos que tienen las colegialas para atrapar a su presa, le sonrió despacio y colocó su mano sobre su hombro, no totalmente sino solo un roce delicado, empujó su cadera apuntando a Samuel y lentamente fue bajando su mano por su brazo mientras le hablaba sobre un nuevo bar cerca de la facultad.

     Ciertamente este eficaz truco hubiera funcionado en la mayoría de hombres, pero Samuel no estaba preparado para algo así.

     La chica iba a arremeter con una sonrisa provocativa, cuando se fijó en la cara asustada y tensa del pobre hombre, Samuel nervioso temblaba de pies a cabeza y su pecho ya no soportaba la paliza que le daba su corazón, la chica se sobresaltó un poco y soltó el brazo de Samuel, mientras del rostro del enorme hombre brotaban dos gruesos ríos de lágrimas inmensas; sin dejar de mirarla, Samuel se apartó lentamente y se presionó lo que más pudo contra la pared, mientras con los brazos cruzados se abrazaba desesperadamente al aire.

     La chica no supo cómo reaccionar, dio dos pasos lentamente hacia atrás y giró para salir corriendo del aula.

    Tuvieron que pasar no menos de veinte minutos antes de que el pobre hombre pudiera serenarse y salir de ese lugar cargando su pesada maleta repleta de libros de contabilidad.

     Después de ese día nadie volvió a hablarle a Samuel, era como si fuera un enorme y viejo armario contra la pared. Ni siquiera los profesores lo tomaban en cuenta, le dejaban hacer los trabajos grupales a él solo y le hacían pasar las materias sin ningún problema, como queriendo zafarse lo más rápidamente posible.

     Se graduó y su madre fue a la ceremonia, ahora era un contador que en realidad no tenía muy claro que era ser un contador.

     Consiguió un puesto en una pequeña empresa, nunca entendió muy bien que hacían en ella, pero la oficina donde trabajaba era muy vieja y con gruesas paredes, casi tan anchas como el mismo Samuel, lo único que odiaba de ese lugar era su techo bajo, que para el promedio de gente era, ciertamente, suficiente; pero Samuel debía doblar su cabeza casi hasta topar la barbilla con el pecho cuando se levantaba de su silla. Así que le tocaba caminar mirando al piso hasta salir de la angosta oficina.

     Pasaron los años, su madre murió y vivió sus días aún más solo. Samuel en su trabajo era un mueble más para sus compañeros, se dirigían a él cuando tenían que hacerlo, muy formalmente y siguiendo un protocolo muy sencillo de tres pasos, saludo cordial, pregunta, agradecimiento.

     De hecho Samuel no sabía el nombre de muchos de los que allí trabajaban, que por cierto iban y venían, encontraban nuevos trabajos o simplemente se iban, Samuel era el único empleado que permaneció toda su vida laboral, sentado en su escritorio, posando como un viejo y robusto armario.

     Un día de mayo, llegó a la oficina una jovencita aun no graduada que venía a hacer prácticas, era normal que jóvenes vinieran a hacer sus prácticas a la oficina, a Samuel no le importaban y ellos, como todo el mundo, lo evitaban. Por lo que no le puso mucha atención a esta nueva practicante.

     Era una chica bonita, sencilla y muy extrovertida, tenía una belleza limpia, clara y liviana. Estando junto a ella cualquiera se animaba y olvidaba sus penas, su amplia y juvenil sonrisa no escondía nada, era una sonrisa de verdad. Sus lacios cabellos le rosaban las orejas mientras se bamboleaban de un lado a otro cuando ella caminaba casi bailando un bolero.

     Era una de las primeras personas en llegar a la oficina; obviamente allí ya estaba con media hora de anticipación, Samuel, inmenso, en su esquina rellenando papeles, la joven entraba siempre muy animada y saludaba a absolutamente todas las personas que estuvieran allí y a las que llegaban después.

     De sonrisa clara y ojos grandes, ¿cómo no caer rendido y enamorado ante la profunda complejidad de la sencillez? Samuel, henchido de preguntas, se vio de un día para el otro, consumido por los nervios, azotado por la indecisión y descuartizado por la inseguridad. En una palabra enamorado.

     A diferencia de como se lo describe comúnmente, el amor es, en muchos sentidos, una situación incómoda por no decirla desagradable; abrumadora, apabullante, embrutecedora y viscosa. Llena de complicados retos y relaciones sociales, complejos códigos de comportamiento, vanas y angustiosas horas de dopaje en pensamientos sin sentido, ilusorias estampas de felicidad volátil, celos, miedos, inseguridades, peleas, conflictos y visitas a los suegros.

     Toda esta gama de maravillosas y floridas esencias se conjugan en un solo y potente elixir dulzón e inmensamente empalagoso llamado amor. Muchos de los que lean estas líneas (sobre todo los que no hayan sentido esta amalgama de atrocidades) se preguntarán porque el ser humano busca desesperadamente el amor.

     La respuesta es sencilla, somos entes de carne y hueso, de sangre y flema; somos rapiñeros de desequilibrios, ansiosos, apasionados y bacanales succionadores de desgracias; las vallas publicitarias de consumismo armonioso y bienestar social, son una flagrante mentira, el ser humano debe ensuciarse, despojarse de sus blancas vestiduras y morder las tripas del destino, impregnando sus rostros de la bilis de la vida para sentir la felicidad.

     El amor pues, es una de las mejores soluciones para cumplir todas las necesidades emocionales del ser humano, y en muchos casos las mujeres son expertas ejecutoras de este arte de tortura, cuidadosamente afelpado en sus rostros delicados y pestañas que barren cualquier pensamiento de la mente de sus víctimas, ¡¿Qué sería de los hombres sin las mujeres?! Sería un mundo asqueroso.

     Así pues Samuel encontró su Dulcinea, tortura indescriptible de silueta perfilada en un horizonte inalcanzable y ufano; su nombre era Catalina; así de sencillo,  como si fuese el nombre exótico de algún ave cantora. Se posó en los pequeños ojos incrustados en la enorme cara de Samuel y desde ese día ya no fue el mismo.

     La quería como nada en el mundo, le enternecía su mirada, le embargaban los celos que bullían en su interior sin poder estallar, le excitaba su delineada sexualidad. La quería proteger como su mayor tesoro. La odiaba. La amaba.

     La tortura alargaba los días y progresivamente no dejaron dormir al pobre Samuel, que añadió a su penosa figura unas ojeras enormes y un extraño funcionamiento de su corazón.

     Cada vez era peor, la joven pasante conversaba mucho con él, bueno quizás conversar no sea la palabra adecuada, ella con su hermosa y sedosa voz, hablaba y hablaba con una sonrisa mínima en los labios y una carcajada presta a estallar en cualquier momento, como una bandada de pajarillos multicolor, llevaba al pobre Samuel a embriagantes estados de euforia incontenible.

     No podía existir un hombre más enamorado que el gran Samuel Arias, no podía existir hombre más feliz ante esa sonrisa clara y verdadera.

     Después de mucha insistencia, él aceptó la invitación a tomar café que tanto le había insistido la joven y hermosa mujer, en ese momento él se sentía EL hombre, sentía que esa sonrisa solo era para sus ojos, que sus alegrías eran producto de su compañía, que esas gráciles manos, algún día, acariciarían sus torpes y grandes manos. No podía estar más equivocado.

     En el café los esperaba su verdugo, el apuesto y joven novio de la chica, el obvio compañero; después de que todo su sistema digestivo haya tomado otra posición ante las presentaciones, Samuel se insultaba en silencio en su cabeza. ¿Cómo pudo haber pensado siquiera que esa mujer (o cualquiera) estaría interesada románticamente en su monstruosa dimensión?

Conversaron, el tiempo que dura una taza de café.

      Ella, radiante, le explicaba a su novio que Samuel era su gran amigo del trabajo, el que le cubría cuando hacía algo mal, el que la cuidaba de los compañeros casanovas, “algo así como un padre” dijo al fin.

      Samuel descorrió una media sonrisa forzada mientras decía que era un placer. El joven, amable, seguro, atractivo, esbelto y alto novio, le estrechó la mano con fuerza y admiración para agradecerle por cuidar a su chica.

     Samuel, con toda la colección de nudos marineros realizados perfectamente en su garganta, les explicó que vivía solo y que debía regresar de inmediato a su casa para cuidarla, -no quiero que se me entren los ladrones- dijo estrechando la mano de su verdugo.

Ellos se quedaron allí, besándose seguramente.

     Samuel caminó por las calles, inmenso e invisible, sus ojos no podían contener el mar de angustias que le embargaban y sus manos temblaban incoherentes copadas de miedo, ira y tristeza. Caminó largo y lento, caminó y su corazón se hizo un hielo de melancolías.

     Ahora ya no trabaja, le llega la mensualidad de jubilación cada mes, y vigila la vereda de su calle a través de la ventana, inmutable e inamovible, pues no quiere que entren los ladrones.

sábado, 23 de marzo de 2013

Guerra



Antes ser vil y despiadado
Inmunda necedad aprisionada
Espantos carcomidos y amasados
De almas sin sentido ni linaje.

Antes en la trinchera humeante
En los desfiles eternos y nacarados
En los ojos huecos de toda serpiente seca
De la guerra cruenta sin alma ni pena.


viernes, 6 de enero de 2012

Una carta



La soledad inmensa de un amor ambiguo, lejano en todo sentido y ahondado en abismos oscuros paradójicamente por la esperanza; frente a un computador mira con los ojos perdidos en la profundidad de una pantalla el futuro incierto, el confundido Pablo. Las nuevas tecnologías dieron paso a un mundo de comunicaciones rápidas precisas e inmediatas, ya no hay que esperar un mes para recibir una carta, que quizás haya sido enviada o no por un familiar o ser querido en la lejanía, ya no hay que sentarse cual coronel frente a la oficina postal a preguntar por el pedazo de papel que le confirme a uno que existe en el universo para otro ser.

Ahora la pantalla repleta con cientos de “cartas” día a día colma de información casi siempre inútil en los ojos de Pablo que busca un resquicio de esperanza en una misiva, solo una, que haya sido hecha con dedicación y exclusivamente para él; pero tan solo encuentra cadenas patéticas donde le dicen que un tal Jesús le ama, o millones de animales heridos que se salvaran del maltrato si conmueve su corazón y renvía a todos sus contactos el documento, chistes esparcidos como migas a las palomas y de vez en cuando, casi nunca, alguna oportunidad de trabajo; no hacen falta por supuesto las cartas de información sobre productos, servicios y aplicaciones indescriptiblemente inútiles; pero aun así, Pablo espera frente al computador eones y vidas enteras cargando la página de su correo electrónico, esperando un resquicio de esperanza, una carta insultándolo al menos, pero que sea para él, y que lo haga sentir vivo,  unas líneas al menos que le confirmen que no es una ilusión y en verdad existe.

Pablo fue un estudiante promedio de diseño gráfico, la crisis no le ha permitido conseguir un empleo estable a pesar de su gran iniciativa y su presto servicio, así que le ha tocado trabajar independientemente, buscando clientes en todo el mundo a través del cable que lo lleva al mar del internet.

 Pablo un día fue joven, ciertamente ahora tiene 25 años, pero un día su alma fue joven, e inevitablemente se enamoró, una joven de cabello largo y negro se posó en sus ojos y no hubo viento que retire esa imagen de su mente; para su suerte, ya que es raro que pase esto, ella también se enamoró de él. Después de las formalidades y la contención de sus impulsos ante la necesaria convención social del galanteo, los nervios y la aceptación; el amor fluyó como niebla cristalina azulada enredada entre los dedos entrelazados de estos dos amantes, ella se llamaba Carla y digo “se llamaba” pues ella un día dejó de existir, no murió ni nada tan Shakespiriano, solamente desapareció de la realidad, la beca que ganó para ir a estudiar a Francia hizo que deje de existir.

La despedida llena de lágrimas y promesas no se hizo esperar, hasta cierto punto también cumpliendo la necesidad social de llorar frente a la lejanía del ser amado, pero sea como fuese ella se fue jurando volver y haciéndolo prometer que la esperase; al siguiente día ya hablaban a través de una pantalla, un micrófono y una cámara, enviando besos transatlánticos y lágrimas de distancias interminables, algunos dirían que hablaban más tiempo a la distancia que cuando estaban cerca, aunque el frio tacto de una pantalla resquebraja los nervios y la sensación tibia del amor.

Poco a poco las ocupaciones de ambos fueron haciendo las conversaciones menos largas y las despedidas más cortas, el cariño perduraba, pero recién después de unos meses se empezaba a notar los verdaderos efectos de la distancia, la indiferencia, el cansancio, el gris.

Ahora Pablo espera al menos un saludo, un te quiero o al menos un hola en las yermas salas de chat; mira el computador todo el día, mientras realiza sus escasos trabajos para personas desconocidas, con los ojos clavados en el número que marca mensajes nuevos, con un nudo en el pecho y los ojos sin brillo, con las piernas cansadas y sus labios apretados en el vacío, con el alma anciana y carcomida por la distancia.

¿Qué hará ella ahora? ¿Qué sueños y que manos recorrerán despacio su rostro? ¿Se cumplirán algún día las ahora tan lejanas promesas de volver, de amar, de vivir? Él no lo sabe, y a veces ni le importa, ahora está atrapado en una trinchera oscura esperando un rayo de esperanza para poder mirar al cielo y sacarse el nudo prisionero de su corazón.

De repente, a las 16:50:56 de un día lunes marca un mensaje nuevo en la bandeja de entrada y de remitente solo dice “Carla” y como asunto de la carta un vacío sepulcral acompaña el nombre de su amada; con las manos temblorosas y los ojos exageradamente abiertos Pablo hace clic en la misiva para abrirla.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Dicen…


Dicen, que los sueños son caminos perdidos del inconsciente, dicen que la luna solo da una cara y también dicen que la soledad es un pecado. Alzan sus copas los cuervos negros de la tempestad, mojan sus picos colmados de sangre en cuencos aborrecibles y huecos; los cadáveres derretidos en la fulgurante estancia de los caídos se descomponen inmersos en canciones desgarradoras y malditas.

Cuervos, que miran al cielo y gritan, ¿son ustedes acaso los mensajeros de la desidia? Son los hijos de la muerte viva, que camina despacio entre las pilas de cadáveres observando sus ojos grises, que nunca han estado llenos; ojos blancos, ojos azules, ojos, ojos por todos lados y una flama eterna de podredumbre que sale monolítica de sus bocas semi abiertas.

Lentos pasos acompasan al viento, el susurro crepitante de la tierra, de los mares desolados y los bosques deshojados, camina contra el horizonte el perfil inhumano del astado encapuchado, en sus largos dedos desfigurados el viento danza intranquilo y de su quijada desencajada por la ira borbota el murmullo del fuego pavoroso e intenso; como si contuviera todo un infierno entre sus fauces.

Dicen también que las golondrinas son aves de paso y que el amor es eterno mientras dura; dicen y dicen que hablarle al viento es desperdiciar palabras, y siguen diciendo tantas cosas y tantos miedos.
 Salud por los caminos perdidos y por la otra cara de la luna, salud por las largas horas de camino solitario, por las brillantes golondrinas y por el amor, ¡salud! Porque los pasos de los días se repitan en mi cabeza y en las alas del viento pueda vivir eternamente en un sueño.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Campanas


Repicantes en mi pecho las campanas ya no alcanzan, se presionan, empujan, saltan y expanden; quiere cada una de las 8 miserables resonar en el hueco de mi pecho, campanas de golpes metálicos y canciones monótonas;  alargadas sus sombras se repliegan en los ojos de las estrellas  y en mis manos sudor frio, miedos dormidos y recuerdos desligados del olvido.

Sonora la primera campana es la más alta y sombría, de su garganta agujereada brotan los profundos recuerdos indescifrables, que no llegan a ser buenos ni malos, los más profundos, huecos y sonoros recuerdos proceden de su boca ancha y de su altura inconmensurable.

Detestable la segunda, gris y parca como una ciénaga resuena en notas clamorosas como gritos de indescifrables criaturas, cubierta de asquerosas putrescencias se desliza arrastrando su inmundicia en los rincones de mi agujereado pecho, de su nauseabunda garganta proceden los indescriptibles recuerdos que no merecen ser recordados, pero que es imposible desmontarlos; muerte, dolor y sufrimiento; son palabras recurrentes en sus canciones cacofónicas y malditas.

Elegante la tercera, de plata blanca y brillante, hace gala de semblantes enmascarados, de porte adusto y ojos semicerrados, de la garganta de esta resuenan profundas notas enmascaradas; a su vez mira con desagrado y nauseas a todas sus compañeras, su brillante superficie labrada en preciosos adornos idealizados por algún artista a pedido. No siente más que escalofríos al rozar a alguna de las otras campanas, sus canciones se remiten al desagrado, a la queja constante, al mal olor que odia y a su eterno amor propio y único por ella misma.

La campana esférica es la cuarta, negra profunda, como una perla procedente de otros mares donde todo está dado la vuelta; su tamaño relativamente más pequeño a las anteriores, aún más que la segunda, la acorrala en el centro de todas las campanas; su sonido es agudo y casi inaudible, a pesar de ello cuando deja de tocar es obvia la falta que produce; de su boca nacen los datos y canciones que se come día a día, en su interior solo alcanza la sabiduría, solo come lo que le interesa y escupe los huesos para que las otras se peleen por ellos.

Resuena interminable la quinta campana oxidada, su badajo cansado se columpia eterno y a cada momento. Su labio está mancillado y su sonido es doloroso y caustico; sus canciones son repetitivas y cíclicas, a pesar de que no quiero escucharla su canción rebota y renace idéntica, espesa, melómana y dolorosa; sus ojos cerrados fuertemente destrozan sus párpados oxidados y las lágrimas eternas resbalan por su descascarada  espalda.

El sexto lugar la ocupan 674 pequeñas campanillas entrelazadas fuerte y caóticamente entre sí, su oro blanco resplandece con cada tintineo idéntico, y como una bandada inmensa de aves trashumantes, resuenan en crescendo al más mínimo susurrar del viento, su vida es sencilla y levítica, contemplativa, eternamente simple y feliz; su canción es un reflejo idéntico del Viento y en sus bocas solo canciones de paz y cuentos susurrados al oído viven.

La séptima campana no suena, está quieta, incolora, casi invisible; algunos creen que está dormida, en su superficie se destacan diseños etéreos de alas, plumas, árboles y hojas al viento. Su silencio es perfecto y su canción desconocida.

La última campana colgada de una rústica cuerda casi negra, resuena con un sonido seco y tosco, su cuerpo entero está hecho de madera fuerte y oscura, su canción al ser extraña al sonido metálico de sus compañeras es indiscutiblemente reconocible, su canto habla de muchas cosas que no fueron ni serán, habla del momento, del sabor del segundo presente, se reclina nuevamente y pronuncia con voz fuerte y clara el aroma del instante que vive.

Dentro de mi pecho se apertrechan campanas, y resuenan, cantan cada una su propia melodía, a veces coinciden en armonía, a veces el caos se apodera de sus gargantas y presionan con su retumbante voz las cuencas de mis oídos; dentro de mi pecho cuelgan campanas que cantan, cantan, cantan, cantan, cantan, cantan  …  Cantan.

Lenore

lenore

Lenore

Vincent

Jack

Señora mirando por la ventana como dos chicos al encontrarse bailan